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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO DE LA ASOCIACIÓN
DE PROFESORES DE HISTORIA DE LA IGLESIA

Sala del Consistorio
Sábado, 12 de enero de 2019

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Queridos hermanos y hermanas:

Os doy la bienvenida y las gracias por vuestra agradable visita. Agradezco la introducción del Presidente, en particular por habernos recordado a todos el antiguo dicho "historia magistra vitae", una máxima muy relevante vinculada con vuestro magisterio, importante y generoso.

Dicen que un amigo de vuestros "padres fundadores" y de vuestra Asociación, el padre jesuita Giacomo Martina, agudo historiador de la Iglesia, profesor durante mucho tiempo en la Gregoriana y docente de muchos de vosotros, solía recordar a sus alumnos que la historia es ciertamente maestra de vida, pero que también tiene muy pocos alumnos.

En cambio, vosotros, “estudiantes”, en sentido amplio, tenéis muchos —como decía Usted, Padre— los tenéis en los seminarios, en las universidades pontificias, en las conferencias, en las reuniones de estudio y también en la revista que me habéis regalado. Prestáis, por lo tanto, una valiosa ayuda al estudio de la historia y a su magisterio: gracias por este servicio y por este testimonio apasionado.

De hecho, la historia, estudiada con pasión, puede y debe enseñar mucho al mundo de hoy, tan disgregado y sediento de verdad, de paz y de justicia. Bastaría con que, a través de ella, aprendiéramos a reflexionar con sabiduría y valor sobre los efectos dramáticos y malignos de la guerra, de las muchas guerras que han perturbado el camino del hombre en esta tierra ¡Y no aprendemos!

¡Italia, y en particular la Iglesia italiana, son tan ricas en testimonios del pasado! Esta riqueza no debe ser solamente un tesoro para guardar celosamente: debe ayudarnos a caminar en el presente hacia el futuro. La historia de la Iglesia, de la Iglesia italiana es, de hecho, un punto de referencia esencial para todos aquellos que desean comprender, profundizar e incluso disfrutar del pasado, sin convertirlo en un museo o, peor aún, en un cementerio de nostalgia, sino para hacerlo vivo y bien presente ante nuestros ojos.

Pero, —como enseñáis— en el centro de la historia hay una Palabra que no nace escrita, no proviene de la investigación del hombre, sino que nos la da Dios y se testimonia ante todo con la vida y dentro de la vida. Una Palabra que actúa en la historia y la transforma desde dentro. Esta Palabra es Jesucristo, que marcó y redimió tan profundamente la historia del hombre hasta el punto de marcar el paso del tiempo en un antes y un después de Él.

Y la recepción plena de su acción salvadora y misericordiosa debe hacer que el histórico creyente sea un estudioso todavía más respetuoso de los hechos y de la verdad, delicado y atento en la investigación, testigo coherente en la enseñanza. Debería mantenerlo alejado de todas las mundanidades relacionadas con la presunción del saber, como el ansia de hacer carrera o el reconocimiento académico, o la convicción de poder juzgar los hechos y las personas por sí mismo. En efecto, la capacidad de vislumbrar la presencia de Cristo y el camino de la Iglesia en la historia nos hace humildes, y nos aleja de la tentación de refugiarnos en el pasado para evitar el presente. Y esta ha sido la experiencia de tantos, tantos estudiosos, que han empezado, no digo ateos, pero algo agnósticos, y han encontrado a Cristo. Porque la historia no se podía entender sin esa fuerza.

He aquí, queridos hermanos y hermanas, mi deseo: que vuestro magisterio, que no es fácil, y vuestro testimonio contribuyan a la contemplación de Cristo, piedra angular, que actúa en la historia y en la memoria de la humanidad y de todas las culturas. Y que Él siempre os haga saborear su presencia salvadora en los hechos, en los documentos, en los acontecimientos, grandes o pequeños. Sobre todo, diría, los hechos de los humildes, de los últimos, que también son actores de la historia. Y este será realmente el camino principal para tener quizás pocos estudiantes, pero que sean realmente buenos, generosos y preparados.

No quisiera terminar sin un recuerdo para el Padre Giacomo Martina, que he mencionado, y contar la experiencia que tuve con él. Me lo presentó un jesuita argentino, no italiano, el Padre Ugo Vanni: eran amigos. Después, yo iba a ver al Padre Martina, y él me aconsejaba siempre cosas concretas: “Leed esto, leed eso otro…”. Y así me entusiasmé con la lectura de la historia y tuve también la paciencia de leer toda la historia de los Papas de Von Pastor, gracias a todos esos consejos. ¡Treinta y siete volúmenes! Y me hizo bien.

Os doy las gracias nuevamente por este encuentro y os bendigo calurosamente tanto a vosotros como a vuestro trabajo. Por favor no os olvidéis de rezar por mí.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 12 de enero de 2019.

 



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