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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN NACIONAL DE MUNICIPIOS ITALIANOS (ANCI)

Sala Clementina
Sábado, 30 de septiembre de 2017

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Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Os doy una cálida bienvenida y doy las gracias a vuestro Presidente por sus amables palabras, y al alcalde de Prato por las suyas.

Entre las primeras páginas de la Biblia encontramos la historia de Babel (Gn 11,1-9), ciudad inacabada, destinada a permanecer en la memoria de la humanidad como un símbolo de la confusión y el desconcierto, de la presunción y la división, de esa incapacidad de entenderse que hace imposible cualquier trabajo común.

Con una ciudad se cierra también la Biblia (cf. Ap 21,10-27). A diferencia de Babel, la nueva Jerusalén huele a cielo y nos habla de un mundo renovado; es una carpa que ensancha el encuentro y la oportunidad de encontrar ciudadanía. No es que sea algo descontado: habitarla sigue siendo un don; se entra en la medida en que se contribuye a crear relaciones de fraternidad y de comunión.

Es significativo que la Sagrada Escritura, para mostrarnos la realidad última del universo, recurra a este icono. La imagen de la ciudad ―con las sugerencias que despierta― expresa cómo la sociedad humana se sostiene sólo cuando se asienta en una verdadera solidaridad, mientras allí donde hay envidia, ambición desenfrenada y espíritu de adversidad, se condena a la violencia del caos.

La ciudad de la que me gustaría hablaros resume en una sola las muchas confiadas a vuestra responsabilidad. Es una ciudad que no permite el sentido único de un individualismo exagerado que disocia el interés privado del público. Tampoco los callejones sin salida de la corrupción, donde se anidan las llagas de la desintegración. No conoce los muros de la privatización de los espacios públicos, donde el “nosotros” se reduce a un eslogan, a un artificio retórico que enmascara el interés de unos pocos.

Construir esta ciudad no requiere de vosotros un pretencioso impulso ascendente, sino un compromiso humilde y diario. No se trata de hacer la torre todavía más alta sino de ensanchar la plaza, de dar espacio, para que todos tengan la oportunidad de realizarse junto con sus familias y de abrirse a la comunión con los demás.

Para abrazar y servir a esta ciudad hace falta un corazón bueno y grande, en el que custodiar la pasión por el bien común. Esta visión es la que lleva a que crezca en las personas la dignidad de ser ciudadanos. Promueve la justicia social, por lo tanto, el trabajo, los servicios, las oportunidades. Crea innumerables iniciativas para habitar el territorio y cuidarlo. Educa a la corresponsabilidad.

La ciudad es un organismo vivo, un gran cuerpo animado donde si una parte respira con dificultad también se debe a que no recibe suficiente oxígeno de la otra. Pienso en los lugares donde hay poca disponibilidad y calidad de los servicios y se forman nuevos focos de pobreza y marginación. Ahí es donde la ciudad circula por un doble carril: uno es la autopista de los que siguen corriendo con todas las garantías, otro es la callejuela de los pobres y los desempleados, de las familias numerosas, de los inmigrantes, de los que no tienen a nadie.

No necesitamos aceptar estos patrones que separan y hacen que la vida de uno sea la muerte del otro y la lucha por uno mismo destruya cualquier sentido de solidaridad y fraternidad humana.

A vosotros, alcaldes, me permito decíos, como un hermano: hay que frecuentar las periferias, las urbanas, las sociales y las existenciales. El punto de vista de los últimos es la mejor escuela, hace que entendamos cuáles son las necesidades reales y deja al desnudo cuales son las soluciones aparentes. Mientras hace que tomemos el pulso de la injusticia, también nos indica la manera de eliminarla: construid comunidades donde todos se sientan reconocidos como persona y ciudadano, titulares de derechos y deberes, en la lógica inquebrantable que une el interés de la persona y el bien común. Porque lo que contribuye al bien de todos también contribuye al bien del individuo.

Para avanzar en esta perspectiva necesitamos una política y una economía centradas de nuevo en la ética: una ética de la responsabilidad, de las relaciones, de la comunidad y del medio ambiente. Necesitamos, igualmente, un “nosotros” auténtico, formas de ciudadanía sólidas y duraderas. Necesitamos una política de acogida e integración, que no deje al borde a los que llegan a nuestro territorio, sino que se esfuerce en sacar provecho de los recursos de los que cada persona es portadora.

Entiendo el malestar de muchos ciudadanos vuestros ante la llegada masiva de migrantes y refugiados. Se explica con el miedo innato del “extranjero”, un miedo agravado por las heridas causadas por la crisis económica, con la falta de preparación de las comunidades locales, con lo inadecuado de muchas medidas adoptadas en un clima de emergencia. Ese malestar puede superarse ofreciendo espacios de encuentro personal y conocimiento mutuo. Bienvenidas sean, pues, todas las iniciativas que promueven la cultura del encuentro, el intercambio mutuo de riquezas artísticas y culturales, el conocimiento de los lugares y de las comunidades de origen de los nuevos llegados.

Me alegra saber que muchos de los gobiernos locales representados aquí se cuentan entre los principales defensores de las buenas prácticas de acogida e integración, con resultados alentadores que merecen una amplia difusión. Recuerdo la llegada de los albaneses a Bari, es un ejemplo. Espero que muchos sigan vuestro ejemplo.

De esa manera, la política puede cumplir una de sus tareas fundamentales que es ayudar a mirar con esperanza hacia el futuro. La esperanza en el mañana es la mejor fuente de energía para todos, en primer lugar para los jóvenes. ¡Que no sean solo los destinatarios de proyectos, por muy nobles que sean, sino que pueden convertirse en sus protagonistas; y entonces no dejaréis de recoger los beneficios!.

Espero sintáis el apoyo de la gente para la que empleáis vuestro tiempo― esa familiaridad del alcalde con su pueblo, esa cercanía… Si el alcalde está cerca de su pueblo las cosas van bien, siempre―, vuestras competencias y vuestra disponibilidad. Y por vuestra parte, que la altura del esfuerzo al que estáis llamados y la importancia de lo que está en juego os halle siempre generosos y desinteresados en el servicio del bien común.

Así la ciudad será un anticipo y un reflejo de la Jerusalén celestial. Será un signo de la bondad y la ternura de Dios en el tiempo de los hombres. Un alcalde debe tener la virtud de la prudencia para gobernar, pero también la del valor para ir adelante y la virtud de la ternura para acercarse a los más débiles.

Gracias por este encuentro. Rezo por vosotros y no os olvidéis de rezar por mí. Me hace falta. Gracias.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 30 de septiembre de 2017.

 



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