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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DEL "KOREAN COUNCIL OF RELIGIOUS LEADERS"


Sábado 2 de septiembre de 2017

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Queridos amigos del Korean Council of Religious Leaders, os doy la bienvenida, estoy feliz de encontraros. Habéis hecho mucho camino para llegar a Roma y realizar vuestra peregrinación interreligiosa. Os doy las gracias por haber venido y agradezco a monseñor Kim Hee-jong por haber pensando en este momento y por sus corteses palabras. Como tuve ocasión de decir en Seúl: «La vida es un camino, un camino largo pero un camino que no se puede caminar solo. Se tiene que caminar con los hermanos y en la presencia de Dios» (Encuentro con los líderes religiosos, 18 de agosto de 2014). ¡Y es así que hoy aquí se está realizando otra parte de camino juntos!

Como sabéis, sobre todo desde el Concilio Vaticano II en adelante, la Iglesia católica no se cansa de encaminarse sobre senderos, a veces no fáciles, de diálogo y de promover en particular el diálogo con los seguidores de otras religiones. También hoy la Iglesia «exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad […] reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen» (Nostra aetate, 2). El diálogo interreligioso, hecho de contactos, encuentros y colaboraciones, es así una tarea preciosa y agradable a Dios, un desafío al bien común y a la paz.

El diálogo que necesitamos debe ser abierto y respetuoso al mismo tiempo; solo así será fructífero. Abierto, es decir cordial y sincero, llevado adelante por personas que aceptan caminar juntas con estima y franqueza. Respetuoso, porque el respeto recíproco es la condición y al mismo tiempo, el fin del diálogo interreligioso: de hecho es respetando el derecho a la vida, a la integridad física y a las libertades fundamentales, como la de conciencia, de religión, de pensamiento y de expresión, que se ponen las bases para construir la paz, por la cual cada uno de nosotros es llamado a rezar y actuar.

El mundo nos mira a nosotros, nos exhorta a colaborar entre nosotros y con todos los hombres y las mujeres de buena voluntad. Nos pide respuestas y compromisos compartidos sobre varios temas: la sagrada dignidad de la persona, el hambre y la pobreza que todavía afligen a demasiadas poblaciones, el rechazo de la violencia, en particular la cometida profanando el nombre de Dios y la religiosidad humana, la corrupción que alimenta injusticias, el degrado moral, la crisis de la familia, de la economía, de la ecología y, no menos importante, de la esperanza.

Tenemos delante un camino muy largo, para realizar juntos con humildad y constancia, sin alzar la voz pero remangándonos, para sembrar la esperanza de un futuro en el que ayudar al hombre a ser más humano, un futuro en el que se escuche el grito de muchos que repudian la guerra e imploran mayor armonía entre las personas y las comunidades, entre los pueblos y los Estados. En este sentido a los Líderes religiosos se les pide abrir, favorecer y acompañar procesos de bien y de reconciliación para todos: somos llamados a ser guardianes de paz, anunciando y encarnando un estilo no violento, uno estilo de paz, con palabras que se diferencian de la narrativa del miedo y con gestos que se oponen a la retórica del odio.

Queridos amigos, este encuentro nuestro nos confirma en el camino. Veros aquí como peregrinos me ha hecho recordar mi peregrinación en la bella tierra de Corea, de la que estoy todavía muy agradecido a Dios y al amado pueblo coreano, por el cual no ceso de pedir a Dios el don de la paz y de la fraterna reconciliación. El recuerdo de la amistad y del bien recibido los unos de los otros nos dé la fuerza para proseguir juntos, con la ayuda de Dios. Gracias.

 



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