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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA FUNDACIÓN VATICANA "JOSEPH RATZINGER - BENEDICTO XVI"
CON OCASIÓN DE LA ENTREGA DEL “PREMIO RATZINGER”

Sala Clementina
Sábado, 18 de noviembre de 2017

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Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontraros en esta cita anual para la concesión de los Premios a personalidades eminentes que me han sido presentadas por la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger — Benedicto XVI y por su Comité Científico. Saludo en primer lugar a los ganadores, a los miembros y amigos de la Fundación, y doy las gracias al cardenal Kurt Koch y al padre Lombardi que nos han explicado el significado y la importancia de este evento culminante de sus actividades encaminadas a la promoción de la investigación teológica y al compromiso cultural animado por la fe y el ímpetu del alma hacia Dios. Dirijo junto con vosotros un pensamiento afectuoso e intenso al Papa emérito Benedicto. Su oración y su presencia discreta y alentadora nos acompañan en el camino común; su obra y su magisterio continúan siendo una herencia viva y valiosa para la Iglesia y para nuestro servicio. Precisamente por eso, invito a su fundación a continuar con el empeño, estudiando y profundizando esta herencia y, al mismo tiempo a mirar hacia adelante, para valorar su fecundidad tanto con la exégesis de los escritos de Joseph Ratzinger, como para continuar —según su espíritu— el estudio y la investigación teológica y cultural, incluso entrando en nuevos campos donde la cultura actual insta a la fe al diálogo. De este diálogo, el espíritu humano siempre tiene una necesidad urgente y vital: lo necesita la fe, que se abstrae si no se encarna en el tiempo; lo necesita la razón, que se deshumaniza si no asciende a lo Trascendente. De hecho, «la fe y la razón —afirmaba san Juan Pablo ii— son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad». (Enc. Fides et ratio, Prefacio). Joseph Ratzinger continúa siendo un maestro y un interlocutor amigo para todos aquellos que ejercen el don de la razón para responder a la vocación humana de buscar la verdad.

Cuando el beato Pablo VI lo llamó a asumir la responsabilidad de arzobispo de Munich y Freising, escogió como lema Cooperatores Veritatis (Colaboradores de la verdad), tomándolo de la Tercera Carta de san Juan (v. 8). Estas expresan bien el pleno sentido de su obra y su ministerio. Ese lema destaca en los diplomas de los Premios que he entregado, para dar a entender que los galardonados también han dedicado sus vidas a la altísima misión de servir a la verdad, a la diaconía de la verdad. Me alegro de que las ilustres personalidades galardonadas hoy con el Premio provengan de tres confesiones cristianas, entre ellas la luterana, con la que este año hemos vivido momentos particularmente importantes de encuentro y de camino común. La verdad de Cristo no es para solistas, sino que es sinfónica: requiere una colaboración dócil, un intercambio armonioso. Buscarla, estudiarla, contemplarla y traducirla a la práctica juntos, en la caridad, nos atrae con fuerza hacia la unidad plena entre nosotros: la verdad se convierte así en una fuente viva de vínculos de amor cada vez más estrechos. He recibido con alegría la idea de ampliar el horizonte del Premio para incluir también las artes, además de la teología y las ciencias que naturalmente se asocian con él. Es una ampliación que se corresponde bien con la visión de Benedicto XVI, que tantas veces nos ha hablado de un modo emocionante de la belleza como un camino privilegiado para abrirnos a la trascendencia y encontrar a Dios. En particular, hemos admirado su sensibilidad musical y su ejercicio personal de este arte como camino hacia la serenidad y para la elevación del espíritu.

Mis felicitaciones, por lo tanto, a los ilustres ganadores del premio: el profesor Theodor Dieter, el profesor Karl-Heinz Menke y el maestro Arvo Pärt; y mi aliciente a vuestra Fundación y a todos sus amigos, para que se continúen recorriendo caminos nuevos y cada vez más amplios para colaborar en la investigación, el diálogo y en el conocimiento de la verdad. Una verdad que, como el Papa Benedicto no se ha cansado de recordar, es, en Dios, logos y ágape, sabiduría y amor encarnado en la persona de Jesús.

 



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