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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA DELEGACIÓN CATÓLICA PARA LA COOPERACIÓN,
DE LA CONFERENCIA DE LOS OBISPOS DE FRANCIA

Sala de los Papas
Sábado 25 de febrero de 2017

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Queridos amigos:

Con alegría os recibo durante la peregrinación que estáis realizando a Roma en el 50° aniversario de la Délégation Catholique pour la Coopération. A través de vosotros, dirijo mi cordial saludo a todos los voluntarios en misión en más de cincuenta países, así como a las personas que, hoy como ayer, se benefician de su presencia y de sus competencias.

Como escribió el beato Pablo VI en su encíclica Populorum progressio, «la solidaridad mundial, cada día más eficiente, debe permitir a todos los pueblos el llegar a ser por sí mismos artífices de su destino» (nn. 14 y 65). Tales convicciones han llevado a la Iglesia en Francia a crear, hace cincuenta años, la Délégation Catholique pour la Coopération, con fidelidad al gran impulso misionero a la cual ha sabido ofrecer su generosa contribución durante los años. Con vosotros doy gracias al Señor por la obra de su Espíritu manifestada en el camino humano y espiritual de los voluntarios y en el trabajo de acompañamiento de los proyectos de desarrollo que vuestra organización ha hecho posible. De tal manera vosotros servís una auténtica cooperación entre las Iglesias locales y entre los pueblos, oponiéndoos a la miseria y trabajando por un mundo más justo y más fraternal.

«La palabra “solidaridad” está un poco desgastada y a veces se interpreta mal, pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos» (Exort. ap. Evangelii gaudium, 188). Es precisamente en esta dinámica que la Délégation Catholique pour la Coopération ha querido inscribir la propia acción, realizando una verdadera asociación con las Iglesias y los operadores locales de los países a los cuales son enviados los voluntarios, y trabajando en colaboración con las autoridades civiles y todas las personas de buena voluntad. Esta contribuye también a una auténtica conversión ecológica que reconoce la eminente dignidad de cada persona, el valor que le es propio, su creatividad y su capacidad de buscar y de promover el bien común (cf. Enc. Laudato si’, 216-221).

Animo por tanto a todos los miembros de la Délégation Catholique pour la Coopération a «hacer que crezca una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos» (Cart. ap. Misericordia et misera, 20). No tengáis miedo de recorrer los caminos de la fraternidad y de construir puentes entre las personas y entre los pueblos, en un mundo en el cual todavía se levantan muchos muros por miedo a los demás. Mediante vuestras iniciativas, vuestros proyectos y vuestras acciones vosotros hacéis visible una Iglesia pobre con y para los pobres, una Iglesia en salida que se hace cercana a las personas en estado de sufrimiento, de precariedad, de marginación, de exclusión. Os animo a estar al servicio de una Iglesia que permite a cada uno reconocer la sorprendente proximidad de Dios, su ternura y su amor y acoger la fuerza que Él nos da en Jesucristo, su Palabra viviente, porque empleamos nuestros talentos en vista del bien de todos y de la salvaguardia de nuestra casa común.

Mientras pido al Señor que os ayude a servir la cultura del encuentro en el seno de la única familia humana, imparto la bendición apostólica a vosotros y a todos los miembros de la Délégation Catholique pour la Coopération. Gracias.

 



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