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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MINISTROS DEL AMBIENTE DE LA UNIÓN EUROPEA

Salita del Aula Pablo VI
Miércoles 16 de septiembre de 2015

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Señoras y señores: Buenos días.

Os saludo cordialmente a todos vosotros, señores ministros del Ambiente de la Unión Europea, cuya tarea durante los últimos años ha asumido cada vez mayor importancia para el cuidado de la casa común. En efecto, el ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad, y responsabilidad de cada uno de nosotros. Una responsabilidad que solo puede ser transversal y requiere una colaboración eficaz en el seno de la entera comunidad internacional.

Os doy las gracias de corazón por haber querido este encuentro que me ofrece la oportunidad de compartir con vosotros, aunque brevemente, algunas reflexiones, también con vistas a los importantes acontecimientos internacionales de los próximos meses: la adopción de los objetivos de desarrollo sostenible a fines de este mes y la COP 21 de París.

Quiero referirme a tres principios. En primer lugar, el principio de solidaridad, palabra unas veces olvidada, otras veces usada impropiamente de manera estéril. Sabemos que las personas más vulnerables a causa de la degradación ambiental son los pobres, que sufren las consecuencias más graves. Solidaridad quiere decir, entonces, usar instrumentos eficaces, capaces de unir la lucha contra la degradación ambiental con la lucha contra la pobreza. Existen numerosas experiencias positivas en dicho sentido. Se trata, por ejemplo, de desarrollo y transferencia de tecnologías apropiadas, capaces de utilizar del mejor modo recursos humanos, naturales, socioeconómicos, mayormente accesibles a nivel local, para garantizar su sostenibilidad incluso a largo plazo.

En segundo lugar, el principio de justicia. En la encíclica Laudato si' hablé de «deuda ecológica», sobre todo entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países. Debemos saldar esta deuda. Estos últimos están llamados a contribuir, a resolver esta deuda dando buen ejemplo, limitando de modo importante el consumo de energía no renovable, aportando recursos a los países más necesitados para promover políticas y programas de desarrollo sostenible, adoptando sistemas de gestión adecuada de las selvas, del transporte, de la basura, afrontando seriamente el grave problema del desperdicio de los alimentos, favoreciendo un modelo circular de la economía, alentando nuevas actitudes y estilos de vida.

En tercer lugar, el principio de participación, que requiere la implicación de todos los interlocutores, incluso los que a menudo permanecen al margen de los procesos decisorios. En efecto, vivimos un momento histórico muy interesante: por una parte, la ciencia y la tecnología ponen en nuestras manos un poder sin precedentes; por otra, el uso correcto de dicho poder presupone la adopción de una visión más integral e integrante. Esto requiere abrir las puertas a un diálogo, diálogo inspirado por dicha visión radicada en esa ecología integral que es el objeto de la encíclica Laudato si'. Se trata, obviamente, de un gran desafío cultural, espiritual y educativo. Solidaridad, justicia y participación por respeto a nuestra dignidad y por respeto a la creación.

Queridos señores ministros: La COP 21 se acerca rápidamente y aún queda mucho camino por recorrer para llegar a un resultado capaz de recoger positivamente los numerosos estímulos que han sido ofrecidos como contribución a este importante proceso. Os animo vivamente a intensificar vuestro trabajo, junto con el de vuestros colegas, para que en París se logre el resultado deseado. De parte mía y de la Santa Sede no faltará el apoyo para responder adecuadamente tanto al grito de la Tierra como al grito de los pobres. Gracias.

 



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