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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA 68 ASAMBLEA GENERAL DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Aula del Sínodo
Lunes 18 de mayo de 2015

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Queridos hermanos, ¡buenas tardes!

Os saludo a todos y saludo a los nuevos nombrados tras la última Asamblea, y también a los dos nuevos cardenales, creados después de la última Asamblea.

Cuando escucho este pasaje del Evangelio de san Marcos, pienso: ¡pero este san Marcos insiste con la Magdalena! Porque hasta el último momento nos recuerda que ella tenía siete demonios. Pero luego pienso: ¿cuántos he tenido yo? Y hago silencio.

Quisiera ante todo expresar mi agradecimiento por este encuentro, y por el tema que habéis elegido: la exhortación apostólica Evangelii gaudium.

La alegría del Evangelio. En este momento histórico donde a menudo nos vemos bombardeados por noticias desalentadoras, por situaciones locales e internacionales que nos hacen experimentar aflicción y tribulación —en este marco realísticamente poco confortador—, nuestra vocación cristiana y episcopal es la de ir a contracorriente: o sea, ser testigos gozosos del Cristo Resucitado para transmitir alegría y esperanza a los demás. Nuestra vocación es escuchar lo que el Señor nos pide: «Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios» (Is 40, 1). En efecto, a nosotros se nos pide consolar, ayudar, alentar, sin distinción alguna, a todos nuestros hermanos oprimidos bajo el peso de sus cruces, acompañándolos, sin cansarnos jamás de trabajar para aliviarlos con la fuerza que viene sólo de Dios.

También Jesús nos dice: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente» (Mt 5, 13). Es tan desagradable encontrar a un consagrado abatido, desmotivado o apagado: él es como un pozo seco donde la gente no encuentra agua para saciar su sed.

Por ello hoy, al saber que habéis elegido como tema de este encuentro la exhortación Evangelii gaudium, quisiera escuchar vuestras ideas, vuestras preguntas, y compartir con vosotros algunas de mis preguntas y reflexiones.

Mis interrogantes y mis preocupaciones nacen de una visión global —no sólo de Italia, global— y sobre todo de los innumerables encuentros que he tenido en estos dos años con las Conferencias episcopales, donde he notado la importancia de lo que se puede definir la sensibilidad eclesial: o sea apropiarse de los sentimientos mismos de Cristo, de humildad, compasión, misericordia, concreción —la caridad de Cristo es concreta— y sabiduría.

La sensibilidad eclesial que comporta también no ser tímidos o irrelevantes a la hora de denunciar y luchar contra una mentalidad generalizada de corrupción pública y privada que logró empobrecer, sin vergüenza alguna, a familias, jubilados, trabajadores honestos, comunidades cristianas, descartando a los jóvenes, sistemáticamente privados de todo tipo de esperanza para su futuro, y sobre todo marginando a los débiles y necesitados. Sensibilidad eclesial que, como buenos pastores, nos hace ir al encuentro del pueblo de Dios para defenderlo de las colonizaciones ideológicas que les quitan la identidad y la dignidad humanas.

La sensibilidad eclesial se manifiesta también en las decisiones pastorales y en la elaboración de los Documentos —los nuestros—, donde no debe prevalecer el aspecto teorético-doctrinal abstracto, como si nuestras orientaciones no estuviesen destinadas a nuestro pueblo o a nuestro país —sino sólo a algunos estudiosos y especialistas—, en cambio, debemos perseguir el esfuerzo de traducirlas en propuestas concretas y comprensibles.

La sensibilidad eclesial y pastoral se hace concreta también al reforzar el papel indispensable de los laicos dispuestos a asumir las responsabilidades que a ellos competen. En realidad, los laicos que tienen una formación cristiana auténtica, no deberían tener necesidad del obispo-piloto, o del monseñor-piloto o de un input clerical para asumir sus propias responsabilidades en todos los niveles, desde lo político a lo social, de lo económico a lo legislativo. En cambio, todos tienen necesidad del obispo pastor.

Por último, la sensibilidad eclesial se revela concretamente en la colegialidad y en la comunión entre los obispos y sus sacerdotes; en la comunión entre los obispos mismos; entre las diócesis ricas —material y vocacionalmente— y la que tienen dificultades; entre las periferias y el centro; entre las conferencias episcopales y los obispos con el sucesor de Pedro.

Se nota en algunas partes del mundo un generalizado debilitamiento de la colegialidad, tanto en la determinación de los planes pastorales como en compartir los compromisos programáticos económico-financieros. Falta el hábito de verificar la recepción de programas y la realización de los proyectos, por ejemplo: se organiza un congreso o un evento que, poniendo en evidencia las conocidas voces, narcotiza a las comunidades, homologando opciones, opiniones y personas. En lugar de dejarnos transportar hacia los horizontes donde nos pide ir el Espíritu Santo.

Otro ejemplo de falta de sensibilidad eclesial: ¿por qué se dejan envejecer tanto los institutos religiosos, monasterios, congregaciones, en tal medida que ya casi no son testimonios evangélicos fieles al carisma fundacional? ¿Por qué no se ponen medios para fusionarlos antes de que sea tarde desde muchos puntos de vista? Y esto es una cuestión mundial.

Me detengo aquí, después de haber querido ofrecer sólo algunos ejemplos acerca de la sensibilidad eclesial debilitada a causa de la continua confrontación con los enormes problemas mundiales y de la crisis que no ha escatimado ni siquiera la misma identidad cristiana y eclesial.

Que el Señor —durante el Jubileo de la misericordia que iniciará el próximo 8 de diciembre— nos conceda «la alegría para redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos estamos llamados a dar consuelo a cada hombre y a cada mujer de nuestro tiempo... Encomendemos desde ahora este Año a la Madre de la misericordia, para que dirija su mirada sobre nosotros y vele sobre nuestro camino» (Homilía 13 de marzo de 2015).

Esto es sólo una introducción. Ahora dejo a vosotros el tiempo para proponer vuestras reflexiones, vuestras ideas, vuestras preguntas acerca de la Evangelii gaudium y todo lo que queráis preguntar. ¡Os agradezco mucho!

 


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