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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN COLOQUIO ECUMÉNICO DE RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS
ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA
Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA

Sala del Consistorio
Sábado 24 de enero de 2015

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Señores cardenales,
queridos hermanos y hermanas:

Os doy mi cordial bienvenida, y agradezco al cardenal Braz de Aviz las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Me alegro de que esta iniciativa haya reunido a religiosos y religiosas de diversas Iglesias y Comunidades eclesiales, a las que dirijo mi afectuoso saludo. Es particularmente significativo que vuestro encuentro tenga lugar durante la Semana de oración por la unidad de los cristianos; cada año nos recuerda que el ecumenismo espiritual es «el alma de todo el movimiento ecuménico», como destacó el decreto conciliar Unitatis redintegratio (n. 8), cuyo quincuagésimo aniversario celebramos recientemente.

Quiero compartir con vosotros algunos pensamientos sobre la importancia de la vida consagrada para la unidad de los cristianos.

La voluntad de restablecer la unidad de todos los cristianos está presente, naturalmente, en todas las Iglesias, y se refiere tanto al clero como a los laicos (cf. ibídem, n. 5). Pero la vida religiosa, que hunde sus raíces en la voluntad de Cristo y en la tradición común de la Iglesia indivisa, tiene sin duda alguna una vocación particular en la promoción de esta unidad. Por lo demás, no es una casualidad que numerosos pioneros del ecumenismo hayan sido hombres y mujeres consagrados. Aún hoy varias comunidades religiosas se dedican intensamente a dicho objetivo, y son lugares privilegiados de encuentro entre cristianos de distintas tradiciones. En este contexto, también quiero mencionar a las comunidades ecuménicas, como las de Taizé y Bose, ambas presentes en este coloquio. A la vida religiosa pertenece la búsqueda de la unión con Dios y de la unidad dentro de la comunidad fraterna, realizando así, de modo ejemplar, la oración del Señor «para que todos sean uno» (Jn 17, 21).

Vuestro encuentro tuvo lugar en el Instituto de patrística Agustinianum. San Agustín comienza su Regla con la siguiente afirmación, particularmente elocuente: «Lo primero por lo que os habéis congregado en la comunidad es para que habitéis unánimes en la casa, y tengáis una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios» (i, 3). La vida religiosa nos muestra precisamente que esta unidad no es fruto de nuestros esfuerzos: la unidad es un don del Espíritu Santo, que realiza la unidad en la diversidad. También nos revela que esta unidad sólo puede hacerse realidad si caminamos juntos, si recorremos el camino de la fraternidad en el amor, el servicio y la acogida recíproca.

No hay unidad sin conversión. La vida religiosa nos recuerda que en el centro de toda búsqueda de la unidad y, por lo tanto, de todo esfuerzo ecuménico, está ante todo la conversión del corazón, que comporta pedir perdón y perdonar. Consiste, en gran parte, en una conversión de nuestra misma mirada: tratar de mirarnos unos a otros en Dios, y también saber ver desde el punto de vista del otro: este es un doble desafío relacionado con la búsqueda de la unidad, tanto en el seno de las comunidades religiosas, como entre los cristianos de diversas tradiciones.

No hay unidad sin oración. La vida religiosa es una escuela de oración. El compromiso ecuménico responde, en primer lugar, a la oración del Señor Jesús mismo y se basa esencialmente en la oración. Uno de los pioneros del ecumenismo y gran promotor del Octavario por la unidad, el padre Paul Couturier, utilizaba una imagen que ilustra bien el vínculo entre ecumenismo y vida religiosa: comparaba a todos los que rezan por la unidad, y al movimiento ecuménico en general, con un «monasterio invisible» en el que se reúnen los cristianos de diferentes Iglesias, de diferentes países y continentes. Queridos hermanos y hermanas: Sois los primeros animadores de este «monasterio invisible»: os aliento a rezar por la unidad de los cristianos y a traducir esta oración en actitudes y gestos diarios.

No hay unidad sin santidad de vida. La vida religiosa nos ayuda a tomar conciencia de la llamada dirigida a todos los bautizados: la llamada a la santidad de vida, que es el único camino verdadero a la unidad. El decreto conciliar Unitatis redintegratio lo muestra con palabras agudas: «Recuerden todos los fieles, que tanto mejor promoverán y realizarán la unión de los cristianos, cuanto más se esfuercen en llevar una vida más pura, según el Evangelio. Porque cuanto más se unan en estrecha comunión con el Padre, con el Verbo y con el Espíritu, tanto más íntima y fácilmente podrán acrecentar la mutua hermandad» (n. 7).

Queridos hermanos y hermanas: Al expresaros mi gratitud por el testimonio del Evangelio que dais con vuestra vida y por el servicio que prestáis a la causa de la unidad, pido al Señor que bendiga abundantemente vuestro ministerio y os impulse a trabajar incansablemente por la paz y la reconciliación entre todas las Iglesias y las Comunidades cristianas. Os pido, por favor, que recéis por mí, y de corazón os bendigo. Pidamos la bendición al Señor rezando, cada uno en su propia lengua, la oración del Señor.

Padre nuestro…

Que el Señor os bendiga a todos.

 



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