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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL ANUAL
ORGANIZADO POR LA FUNDACIÓN
CENTESIMUS ANNUS PRO PONTIFICE

Sala Clementina
Sábado 10 de mayo de 2014

 

Queridos amigos:

Doy la bienvenida a todos vosotros, miembros de la Fundación Centesimus annus pro Pontifice y a los participantes en el congreso internacional. Agradezco al presidente sus palabras de introducción a este encuentro, que es una etapa del camino que estáis realizando, tratando de dar respuesta a algunos desafíos del mundo actual a la luz de la doctrina social de la Iglesia.

Os doy las gracias porque habéis acogido la sugerencia de trabajar en el valor de la solidaridad. De este modo llevamos adelante un tema de reflexión y de compromiso que es intrínseco a la doctrina social y que lo armoniza siempre con la subsidiariedad. Este tema en particular, ha sobresalido con gran relieve en el magisterio de san Juan Pablo II y después ha sido cultivado y actualizado por el Papa Benedicto XVI en Caritas in veritate.

En el sistema económico actual —y en la mentalidad que ello genera— la palabra «solidaridad» ha llegado a ser molesta, incluso fastidiosa. El año pasado os dije que parecía una mala palabra para este mundo. La crisis de estos años, que tiene profundas causas de carácter ético, ha aumentado esta «alergia» a palabras como solidaridad, justa distribución de los bienes, prioridad del trabajo... Y la razón es que no se logra —o no se quiere— estudiar verdaderamente de qué modo estos valores éticos pueden convertirse concretamente en valores económicos, es decir, provocar dinámicas virtuosas en la producción, en el trabajo, en el comercio, en la finanza misma.

Esto es precisamente lo que vosotros tratáis de hacer, manteniendo juntos el aspecto teórico y el práctico, las ideas y las experiencias en este campo.

La conciencia del empresario es el lugar existencial donde se lleva a cabo esa búsqueda. En particular, el empresario cristiano está llamado a confrontar siempre el Evangelio con la realidad en la que trabaja; y el Evangelio le pide que ponga en primer lugar a la persona humana y el bien común, que ponga lo que esté de su parte para que existan oportunidades de trabajo, de trabajo digno. Naturalmente esta «empresa» no se puede realizar aisladamente, sino colaborando con otros que comparten la base ética y tratando de ampliar la red lo más posible.

La comunidad cristiana —la parroquia, la diócesis, las asociaciones— es el sitio donde el empresario, pero también el político, el profesional, el sindicalista, extrae la savia para alimentar su compromiso y confrontarse con los hermanos. Esto es indispensable, porque el ambiente laboral llega a ser a veces árido, hostil, inhumano. La crisis pone a dura prueba la esperanza de los empresarios; no hay que dejar solos a los que tienen más dificultad.

Queridos amigos de la «Centesimus annus», ¡este es vuestro campo de testimonio! El Concilio Vaticano II ha insistido en el hecho de que los fieles laicos están llamados a realizar su misión en los ámbitos de la vida social, económica y política. Vosotros, con la ayuda de Dios y de la Iglesia, podéis dar un testimonio eficaz en vuestro campo, porque no lleváis sólo palabras, discursos, sino que lleváis la experiencia de personas y empresas que buscan aplicar concretamente los principios éticos cristianos a la situación actual del mundo del trabajo. Este testimonio es importantísimo y os aliento a llevarlo adelante con fe, dedicando también el tiempo necesario a la oración, porque también el laico, incluso el empresario, tiene necesidad de orar, y de orar mucho cuando los desafíos son más duros. El miércoles pasado tuve la catequesis sobre el don de consejo, uno de los siete dones del Espíritu Santo. También vosotros tenéis mucha necesidad de pedir a Dios este don, el don de consejo, para actuar y realizar vuestras decisiones según el bien mayor. Que os asista la Virgen María, Mater boni consilii, y os acompañe también mi bendición.



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