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AUDIENCIA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO POR
LA CONFERENCIA ITALIANA DE LOS INSTITUTOS SECULARES

Sala del Consistorio
Sábado 10 de mayo de 2014

 

El Pontífice, dejando a un lado el texto preparado para la ocasión, pronunció espontáneamente el siguiente discurso.

He escrito un discurso para vosotros, pero hoy ha sucedido algo. Es mi culpa porque he dado dos audiencias no digo al mismo tiempo, pero casi. Por eso he preferido entregaros el discurso, porque leerlo es aburrido, y deciros dos o tres cosas que tal vez os ayudarán.

Desde el momento en que Pío XII pensó esto, y luego la Provida Mater Ecclesia, fue un gesto revolucionario en la Iglesia. Los institutos seculares son precisamente un gesto de valentía que realizó la Iglesia en ese momento; dar estructura, dar institucionalidad a los institutos seculares. Y desde ese momento hasta ahora es tan grande el bien que vosotros realizáis en la Iglesia, con valor porque hay necesidad de valentía para vivir en el mundo. Muchos de vosotros, solos, en vuestro apartamento van, vienen; algunos en pequeñas comunidades. Todos los días, hacer la vida de una persona que vive en el mundo, y, al mismo tiempo, custodiar la contemplación, esta dimensión contemplativa hacia el Señor y también en relación con el mundo; contemplar la realidad, como contemplar las bellezas del mundo, y también los pecados graves de la sociedad, las desviaciones, todas estas cosas, y siempre en tensión espiritual… Por eso vuestra vocación es fascinante, porque es una vocación que está justo ahí, donde se juega la salvación no sólo de las personas, sino también de las instituciones. Y de muchas instituciones laicas necesarias en el mundo. Por eso pienso así, que con la Provida Mater Ecclesia, la Iglesia ha realizado un gesto verdaderamente revolucionario.

Deseo que conservéis siempre esta actitud de ir más allá, no sólo más allá, sino más allá y en medio, allí donde se juega todo: la política, la economía, la educación, la familia… allí. Es posible quizás que tengáis la tentación de pensar: «¿Pero yo qué puedo hacer?». Cuando viene esta tentación recordad que el Señor nos ha hablado de la semilla de trigo. Y vuestra vida es como la semilla de trigo… allí, es como levadura… allí. Es hacer todo lo posible para que el Reino llegue, crezca y sea grande; y custodie también a mucha gente, como el árbol de mostaza. Pensad en esto. Pequeña vida, pequeño gesto; vida normal, pero fermento, semilla, que hace crecer. Y esto os da la consolación. Los resultados de este balance sobre el Reino de Dios no se ven. Solamente el Señor nos hace percibir algo… Veremos los resultados allá arriba.

Y por eso es importante que vosotros tengáis mucha esperanza. Es una gracia que debéis pedir al Señor, siempre: la esperanza que nunca defrauda. ¡Nunca defrauda! Una esperanza que va adelante. Yo os aconsejaría leer muy a menudo el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos, el capítulo de la esperanza. Y aprender que muchos padres nuestros han realizado este camino y no han visto los resultados, pero los han saludado desde lejos. La esperanza… Es esto lo que os deseo. Muchas gracias por lo que hacéis en la Iglesia; muchas gracias por la oración y las obras. Gracias por la esperanza. Y no lo olvidéis: ¡sed revolucionarios!

* * *

Este es el texto del discurso preparado y entregado por el Pontífice.

Queridos hermanos y hermanas:

Os acogo con ocasión de vuestra Asamblea y os saludo diciéndoos: conozco y aprecio vuestra vocación. Ella es una de las formas más recientes de vida consagrada reconocidas y aprobadas por la Iglesia, y tal vez por eso no es todavía comprendida plenamente. No os desalentéis: vosotros formáis parte de esa Iglesia pobre y en salida que yo sueño.

Por vocación sois laicos y sacerdotes como los demás y en medio de los demás, lleváis una vida ordinaria, sin signos exteriores, sin el apoyo de una vida comunitaria, sin la visibilidad de un apostolado organizado o de obras específicas. Sois ricos sólo de la experiencia totalizadora del amor de Dios y por eso sois capaces de conocer y compartir la fatiga de la vida en sus múltiples expresiones, fermentándolas con la luz y la fuerza del Evangelio.

Sois signo de esa Iglesia dialogante de la que habla Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam: «Desde fuera no se salva al mundo. Como el Verbo de Dios que se ha hecho hombre, hace falta hasta cierto punto hacerse una misma cosa con las formas de vida de aquellos a quienes se quiere llevar el mensaje de Cristo; hace falta compartir —sin que medie distancia de privilegios o diafragma de lenguaje incomprensible— las costumbres comunes, con tal que sean humanas y honestas, sobre todo las de los más pequeños, si queremos ser escuchados y comprendidos. Hace falta, aun antes de hablar, escuchar la voz, más aún, el corazón del hombre, comprenderlo y respetarlo en la medida de lo posible y, donde lo merezca, secundarlo. Hace falta hacerse hermanos de los hombres en el mismo hecho con el que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad. Más todavía, el servicio». (n. 33).

El tema de vuestra Asamblea, «En el corazón de los acontecimientos humanos: los desafíos de una sociedad compleja», indica el campo de vuestra misión y de vuestra profecía. Estáis en el mundo pero no sois del mundo, llevando dentro de vosotros lo esencial del mensaje cristiano: el amor del Padre que salva. Estáis en el corazón del mundo con el corazón de Dios.

Vuestra vocación os hace interesados en cada hombre y en sus necesidades más profundas, que a menudo quedan inexpresadas o disfrazadas. En virtud del amor de Dios que habéis encontrado y conocido, sois capaces de cercanía y ternura. De este modo sois tan cercanos que tocáis al otro, sus heridas y expectativas, sus preguntas y necesidades, con esa ternura que es expresión de un cuidado que elimina toda distancia. Como el Samaritano que pasó a su lado, vio y tuvo compasión. Es este el movimiento al que os compromete vuestra vocación: pasar junto a todo hombre y haceros cercanos a cada persona que encontráis; porque vuestro permanecer en el mundo no es sencillamente una condición sociológica, sino una realidad teologal que os llama a estar consciente, atento, que sabe distinguir, ver y tocar la carne del hermano.

Si esto no sucede, si os habéis distraído, o peor aún, si no conocéis este mundo contemporáneo, sino que conocéis y frecuentáis sólo el mundo que os es más cómodo o que os fascina más, entonces es urgente una conversión. La vuestra es una vocación, por su naturaleza, en salida, no sólo porque os lleva hacia el otro, sino también y sobre todo porque os exige vivir allí donde vive todo hombre.

Italia es la nación con el mayor número de Institutos seculares y de miembros. Sois una levadura que puede producir un pan bueno para muchos, ese pan del que hay tanta hambre: la escucha de las necesidades, los deseos, las desilusiones, la esperanza. Como quien os ha precedido en vuestra vocación, podéis devolver la esperanza a los jóvenes, ayudar a los ancianos, abrir caminos hacia el futuro, difundir el amor en todo lugar y en toda situación. Si no sucede esto, si a vuestra vida ordinaria le falta el testimonio y la profecía, entonces os repito otra vez, es urgente una conversión.

No perdáis jamás el impulso de caminar por los senderos del mundo, la conciencia de que caminar, ir incluso con paso incierto o renqueando, es siempre mejor que estar parados, cerrados en los propios interrogantes o en las propias seguridades. La pasión misionera, la alegría del encuentro con Cristo que os impulsa a compartir con los demás la belleza de la fe, aleja del riesgo de quedar bloqueados en el individualismo. La idea que propone al hombre como artífice de sí mismo, guiado sólo por las propias decisiones y los propios deseos, a menudo revestidos con el hábito aparentemente bello de la libertad y del respeto, corre el riesgo de minar los fundamentos de la vida consagrada, especialmente de la secular. Es urgente revalorizar el sentido de pertenencia a vuestra comunidad vocacional que, precisamente porque no se funda en una vida común, encuentra sus puntos fuertes en el carisma. Por eso, si cada uno de vosotros es para los demás una posibilidad preciosa de encuentro con Dios, se trata de redescubrir la responsabilidad de ser profecía como comunidad, de buscar juntos, con humildad y con paciencia, una palabra de sentido que puede ser un don para el país y para la Iglesia, y testimoniarla con sencillez. Vosotros sois como antenas dispuestas a acoger los brotes de novedad suscitados por el Espíritu Santo, y podéis ayudar a la comunidad eclesial a asumir esta mirada de bien y encontrar sendas nuevas y valientes para llegar a todos.

Pobres entre los pobres, pero con el corazón ardiente. Nunca parados, siempre en camino. Juntos y enviados, incluso cuando estáis solos, porque la consagración hace de vosotros una chispa viva de la Iglesia. Siempre en camino, con esa virtud que es una virtud peregrina: ¡la alegría!

Gracias, queridísimos, por lo que sois. Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja. ¡Y rezad por mí!



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