Index   Back Top Print

[ EN  - ES  - FR  - IT  - PT ]

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A SU SANTIDAD KAREKIN II,
PATRIARCA SUPREMO Y CATHOLICÓS
DE TODOS LOS ARMENIOS

Jueves 8 de mayo de 2014

 

Consolidación de los vínculos entre Roma y la Iglesia apostólica armenia

El Papa Francisco recibió el jueves 8 de mayo, por la mañana, a Su Santidad Karekin ii, Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios, con quien tuvo también un momento de oración en común. Durante el encuentro el Pontífice pronunció el siguiente discurso.

Santidad, hermano querido, queridos hermanos en Cristo:

Me es muy grato darle a Usted, Santidad, y a la distinguida delegación que le acompaña, mi más cordial bienvenida. En la persona de Vuestra Santidad extiendo un respetuoso y afectuoso recuerdo a los miembros de la familia del Catholicosado de todos los armenios, esparcidos por el mundo. Es una gracia especial podernos encontrar en esta casa, cerca de la tumba del apóstol Pedro, y compartir un momento de fraternidad y de oración.

Bendigo con vosotros al Señor, porque los vínculos de la Iglesia apostólica armenia con la Iglesia de Roma se han consolidado en los últimos años, gracias también a los acontecimientos que permanecen grabados en nuestra memoria, como el viaje de mi santo predecesor Juan Pablo II a Armenia, en 2001, y la grata presencia de Vuestra Santidad en el Vaticano en numerosas ocasiones de especial relevancia, entre ellas, la visita oficial al Papa Benedicto XVI en 2008, y la celebración de inicio de mi ministerio como obispo de Roma, el año pasado.

Pero aquí quisiera recordar otra celebración, llena de significado, en la que Vuestra Santidad tomó parte: la Conmemoración de los testigos de la fe del siglo XX, que tuvo lugar durante el Gran Jubileo del año 2000. En verdad, el número de los discípulos que derramaron su sangre por Cristo en los trágicos acontecimientos del siglo pasado es ciertamente superior al de los mártires de los primeros siglos, y en este martirologio los hijos de la nación armenia ocupan un puesto de honor. El misterio de la cruz, Santidad, tan apreciado por la memoria de vuestro pueblo, representado en las espléndidas cruces de piedra que adornan cada rincón de vuestra tierra, ha sido vivido por innumerables hijos vuestros como participación directa en el cáliz de la Pasión. Su testimonio, trágico y elevado a la vez, no debe olvidarse.

Santidad, queridos hermanos, los sufrimientos padecidos por los cristianos en los últimos decenios también han traído una contribución única e inestimable a la causa de la unidad entre los discípulos de Cristo. Como en la Iglesia antigua la sangre de los mártires se convirtió en semilla de nuevos cristianos, así en nuestros días la sangre de muchos cristianos se ha convertido en semilla de la unidad. El ecumenismo del sufrimiento, el ecumenismo del martirio, el ecumenismo de la sangre es un fuerte reclamo a caminar por la senda de la reconciliación entre las Iglesias, con decisión y confiado abandono en la acción del Espíritu. Sentimos el deber de recorrer este camino de fraternidad también por la deuda de gratitud que tenemos hacia los sufrimientos de tantos hermanos nuestros, hecha salvífica porque está unida a la pasión de Cristo.

A este propósito, deseo agradecer a Vuestra Santidad el apoyo efectivo dado al diálogo ecuménico, en particular, a los trabajos de la Comisión conjunta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, y por la cualificada contribución teológica ofrecida en esa sede por los representantes del Catholicosado de todos los armenios.

«¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones hasta el punto de poder consolar a los demás con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios!» (2 Cor 1, 3-4). Corramos con confianza en la carrera que está ante nosotros, sostenidos por un tan grande número de testigos (cf. Heb 12, 1) e imploremos del Padre esa unidad por la cual Jesucristo mismo rezó en la última Cena (cf. Jn 17, 21).

Recemos unos por otros: que el Espíritu Santo nos ilumine y nos guíe hacia el día tan deseado en el que podamos compartir la mesa eucarística. Alabemos al Señor con las palabras de san Gregorio de Narek: «Acoge el canto de bendición de nuestros labios y dígnate conceder a esta Iglesia los dones y las gracias de Sion y Belén, para que seamos dignos de participar en la salvación». Que la toda Santa Madre de Dios interceda por el pueblo armenio, ahora y por siempre. Amén.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana