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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BURUNDI
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Lunes 5 de mayo de 2014

 

Queridos hermanos en el episcopado:

Sed bienvenidos con ocasión de vuestra peregrinación a Roma para la visita ad limina. Agradezco a monseñor Gervais Banshimiyubusa, presidente de vuestra Conferencia episcopal, las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. A través de vosotros, saludo a todos los fieles de vuestras Iglesias diocesanas, en particular, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y también a los fieles laicos comprometidos en el servicio pastoral, y a todos los burundeses. Deseo que los apóstoles Pedro y Pablo os sostengan y os fortalezcan en el ejercicio de vuestro ministerio apostólico. En el seguimiento de Jesús, derramaron su sangre por el servicio al Evangelio; imitando su ejemplo, estamos llamados a vivir hasta las últimas consecuencias nuestra entrega al pueblo que se nos ha encomendado. Quiero recordar aquí a monseñor Michael A. Courtney, nuncio apostólico, que fue fiel, hasta el sacrificio de su vida, a la misión que se le había confiado al servicio de Burundi.

Me alegra destacar el espíritu de comunión que deseáis mantener con la Sede de Pedro. En efecto, la unidad es una condición indispensable para la fecundidad del anuncio del Evangelio. Deseo que se refuerce aún más, en un clima de confianza y de colaboración fraterna. Por lo demás, esta colaboración también es necesaria para las relaciones que la Iglesia quiere mantener con el Estado. Fruto excelente de ellas es el acuerdo-marco entre la Santa Sede y la República de Burundi, firmado en noviembre de 2012 y que entró en vigor en febrero pasado con el intercambio de los instrumentos de ratificación, con buenas perspectivas para el anuncio del Evangelio. No puedo menos de alentaros a ocupar todo vuestro espacio —y ya lo estáis haciendo— en el diálogo social y político, y a encontraros sin titubeos con los poderes políticos. Las personas que ejercen la autoridad son las primeras que necesitan vuestro testimonio de fe y vuestro anuncio valiente de los valores cristianos para conocer mejor la doctrina social de la Iglesia, apreciando su valor e inspirándose en ella para la gestión de los asuntos públicos.

En efecto, vuestro país ha conocido, en un pasado aún reciente, terribles conflictos; el pueblo burundés está muy a menudo dividido y sus heridas profundas todavía no han cicatrizado. Sólo una conversión auténtica de los corazones al Evangelio puede inducir a los hombres al amor fraterno y al perdón, puesto que «en la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos» (Evangelii gaudium, 180). La evangelización profunda de vuestro pueblo sigue siendo con razón vuestra principal preocupación, ya que «para alcanzar una verdadera reconciliación (…), la Iglesia necesita testigos que estén profundamente arraigados en Cristo» (Africae munus, 34), testigos que sintonicen su vida con su fe.

Y los primeros testigos llamados a vivir esta autenticidad de la conversión son, naturalmente, los sacerdotes. Los saludo con afecto y los invito a vivir de verdad y con alegría sus compromisos sacerdotales, que expresan su entrega total a Cristo, a la Iglesia y al reino de Dios (cf. Africae munus, 111). Por otro lado, no puedo dejar de alentaros a cuidar la formación de los seminaristas, a los que el Señor llama en gran número en vuestro país, y me alegro de la reciente apertura del cuarto seminario mayor. Además de la indispensable formación intelectual, los futuros sacerdotes también deben recibir una sólida formación espiritual, humana y pastoral. ¡Son los cuatro pilares de la formación! En efecto, durante toda su vida, en la cotidianidad de sus relaciones humanas, llevarán el Evangelio a todos; en el ministerio sacerdotal no debe haber «un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como tampoco una sacramentalización sin otras formas de evangelización» (Evangelii gaudium, 63). El diálogo personal que el seminarista mantiene con el Señor es el fundamento de todo itinerario vocacional. De esta fuente deberá brotar el impulso misionero del sacerdote, llamado a «salir» decididamente de sí mismo para anunciar el Evangelio (cf. Evangelii gaudium, 24). Hoy las vocaciones son frágiles, y los jóvenes tienen necesidad de ser acompañados atentamente en su camino. Deben contar con formadores sacerdotes que sean verdaderos ejemplos de alegría y de perfección sacerdotal, que estén cerca de ellos, compartan su vida y los escuchen verdaderamente para conocerlos bien y guiarlos mejor. Sólo de este modo se puede realizar un discernimiento correcto y evitar errores desagradables.

Por su parte, las personas consagradas dan testimonio de su fe en Jesús con toda su vida. «Son una ayuda necesaria y preciosa para la actividad pastoral, pero también una manifestación de la naturaleza íntima de la vocación cristiana» (Africae munus, 118). Me alegro por el admirable trabajo que las congregaciones religiosas realizan con sus obras sociales de educación y de asistencia sanitaria, y también de ayuda a los refugiados presentes en gran número en vuestro país. Manifiestan la «inseparable conexión entre la recepción del anuncio salvífico y un efectivo amor fraterno» (Evangelii gaudium, 179). Os invito a acompañar con mucha atención la vida religiosa, desarrollada profundamente en vuestras Iglesias locales. Las numerosas comunidades nuevas que se están formando necesitan vuestro discernimiento atento y prudente para garantizar una sólida formación a sus miembros y acompañar los cambios que están llamadas a vivir con vistas al bien de toda la Iglesia.

Numerosos laicos, a través de múltiples movimientos y asociaciones, colaboran con generosidad en las obras sociales. Es oportuno reforzar continuamente esta fructuosa e indispensable colaboración entre las diferentes fuerzas eclesiales, con espíritu de solidaridad y de comunión, de modo que el pueblo cristiano en su conjunto sea misionero en Burundi.

La formación, tanto humana como cristiana de los jóvenes, es clave para el futuro del país, en el que la población se renueva rápidamente; sé que es una de vuestras prioridades. En un mundo en vías de secularización es necesario dar a las nuevas generaciones una visión auténtica de la existencia, de la sociedad y de la familia. Os exhorto a perseverar aún en la obra educativa que ya realizáis de modo apreciable: el número de escuelas católicas es notable y la enseñanza impartida, cualificada. Haced todo lo posible para que, en todos los niveles, los mismos formadores estén firmemente arraigados en la fe y en la práctica del Evangelio. No dudéis en trabajar para que el mayor número posible de jóvenes se beneficie del anuncio de la fe, incluso en las escuelas públicas; que la Iglesia también esté presente en la enseñanza superior y en las universidades, para sensibilizar sobre los valores cristianos a los responsables de la sociedad futura, a fin de que esta sea más humana y más justa.

Queridos hermanos, vuestro país ha vivido una historia reciente difícil, marcada por la división y la violencia, en un contexto de gran pobreza que, por desgracia, persiste. A pesar de ello, los esfuerzos valientes de evangelización realizados mediante vuestro ministerio pastoral dan abundantes frutos de conversión y reconciliación. Os invito a no perder la esperanza y a ir adelante valientemente, con renovado espíritu misionero, para llevar la buena nueva a todos los que aún la esperan o tienen más necesidad de ella, a fin de que conozcan finalmente la misericordia de Dios.

Os encomiendo a todos vosotros, así como a vuestros sacerdotes, a las personas consagradas, a los catequistas y a los fieles laicos de vuestras diócesis, a la protección de la Virgen María, Madre de la Iglesia, y os imparto de todo corazón la bendición apostólica.



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