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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A
SU GRACIA JUSTIN WELBY,
ARZOBISPO DE CANTERBURY
Y PRIMADO DE LA COMUNIÓN ANGLICANA

Viernes 14 de junio de 2013

 

Vuestra Gracia,
queridos amigos:

En la feliz circunstancia de nuestro primer encuentro, deseo daros la bienvenida con las mismas palabras con las que mi predecesor, el venerable siervo de Dios Pablo VI, se dirigió al arzobispo Michael Ramsey durante su histórica visita de 1966: «sus pasos no resuenan en una casa extranjera [...] Nos alegramos de abrirle las puertas y, con las puertas, nuestro corazón; porque estamos contentos y honrados […] de acogerle “no como huésped y forastero, sino como conciudadano de los santos y de la familia de Dios” (cf. Ef 2, 19-20)».

Sé que Vuestra Gracia, durante la ceremonia de entronización en la Catedral de Canterbury, recordó en la oración al nuevo Obispo de Roma. Le estoy profundamente agradecido y pienso que, habiendo iniciado nuestros respectivos ministerios a pocos días de distancia uno de otro, tendremos siempre un motivo particular para sostenernos mutuamente con la oración.

La historia de las relaciones entre la Iglesia de Inglaterra y la Iglesia de Roma es larga y compleja, no exenta de momentos dolorosos. Las últimas décadas, sin embargo, se caracterizaron por un camino de acercamiento y fraternidad, por lo que debemos sinceramente dar gracias a Dios. Tal camino se ha realizado ya sea mediante el diálogo teológico, con los trabajos de la Comisión internacional anglicana-católica, como entrelazando, en todos los niveles, relaciones cordiales y una convivencia cotidiana, caracterizada por un profundo respeto recíproco y sincera colaboración. Al respecto, estoy verdaderamente contento de que hoy esté presente, junto a usted, el arzobispo de Westminster monseñor Vincent Nichols. La solidez de estos vínculos ha permitido mantener el rumbo incluso cuando, en el diálogo teológico, surgieron dificultades mayores de las que se podían imaginar al comienzo del camino.

Agradezco, además, el sincero esfuerzo que la Iglesia de Inglaterra ha mostrado por comprender las razones que han llevado a mi predecesor, Benedicto XVI, a ofrecer una estructura canónica capaz de dar respuesta a las cuestiones de los grupos anglicanos que han pedido ser recibidos, también corporativamente, en la Iglesia católica: estoy seguro de que ello permitirá conocer mejor y apreciar en el mundo católico las tradiciones espirituales, litúrgicas y pastorales que constituyen el patrimonio anglicano.

El encuentro de hoy, querido hermano, es la ocasión para recordarnos que el compromiso por la búsqueda de la unidad entre los cristianos no deriva de razones de orden práctico, sino de la voluntad misma del Señor Jesucristo, que nos ha hecho hermanos suyos e hijos del único Padre. Por esto la oración, que hoy juntos elevamos, es de fundamental importancia.

Desde la oración se renovará día a día el compromiso de caminar hacia la unidad, que se podrá expresar en la colaboración en los diversos ámbitos de la vida cotidiana. Entre ellos, reviste particular significado el testimonio de la referencia a Dios y la promoción de los valores cristianos, ante una sociedad que parece a veces poner en discusión algunas de las bases mismas de la convivencia, como el respeto por la sacralidad de la vida humana, o la solidez de la institución de la familia fundada en el matrimonio, valores que usted ha tenido modo de recordar recientemente.

Existe luego el compromiso por una mayor justicia social, por un sistema económico al servicio del hombre y en beneficio del bien común. Entre nuestras tareas, como testigos del amor de Cristo, está la de dar voz al clamor de los pobres, para que no sean abandonados a las leyes de una economía que parece, a veces, considerar al hombre sólo como un consumidor.

Sé que Vuestra Gracia es particularmente sensible a todas estas temáticas, en las que compartimos muchas ideas, así como conozco su compromiso por favorecer la reconciliación y la resolución de los conflictos entre las naciones. Al respecto, junto al arzobispo Nichols, usted ha solicitado a las autoridades encontrar una solución pacífica al conflicto sirio, que garantice también la seguridad de toda la población, incluso las minorías, entre las que se encuentran las antiguas comunidades cristianas locales. Como usted mismo evidenció, nosotros los cristianos llevamos la paz y la gracia como un tesoro para dar al mundo, pero estos dones pueden dar frutos solamente cuando los cristianos viven y trabajan juntos en armonía. De esta manera será más fácil contribuir en la construcción de relaciones de respeto y pacífica convivencia con quienes pertenecen a otras tradiciones religiosas y también con los no creyentes.

La unidad, a la que anhelamos sinceramente, es un don que viene de lo alto y que se funda en nuestra comunión de amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cristo mismo prometió: «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). Caminemos, querido hermano, hacia la unidad, unidos fraternalmente en la caridad y teniendo como punto de referencia constante a Jesucristo, nuestro hermano mayor. En la adoración de Jesucristo encontraremos el fundamento y la razón de ser de nuestro camino. Que el Padre misericordioso escuche y acoja las oraciones que le dirigimos juntos. Depositemos nuestras esperanzas en Él, «que en todo tiene poder para hacer mucho más de cuanto podamos pedir o concebir» (cf. Ef 3, 20).

 


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