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VISITA PASTORAL DEL PAPA FRANCISCO
A LAS DIÓCESIS DE PIAZZA ARMERINA Y DE PALERMO
CON OCASIÓN DEL 25 ANIVERSARIO DE LA MUERTE
DEL BEATO PINO PUGLISI

SANTA MISA EN LA MEMORIA LITÚRGICA DEL BEATO PINO PUGLISI

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Foro Itálico, Palermo
Sábado, 15 de septiembre de 2018

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Hoy Dios nos habla de la victoria y de la derrota. San Juan en la primera lectura presenta la fe como «la victoria sobre mundo» (1 Juan 5, 4), mientras el Evangelio recoge las palabras de Jesús: «El que ama su vida, la pierde» (Juan 12, 25).

Esta es la derrota: pierde quien ama su vida. ¿Por qué? Ciertamente, no porque haya que odiar la vida: la vida debe ser amada y defendida, ¡es el primer don de Dios! Lo que lleva a la derrota es amar la propia vida, es decir, amar lo propio. El que vive para lo propio pierde, es un egoísta, decimos nosotros. Parecería lo contrario. El que vive para sí mismo, el que multiplica su facturación, el que tiene éxito, el que satisface plenamente sus necesidades parece un ganador a los ojos del mundo. La publicidad nos machaca con esta idea, —la idea de buscar lo propio, del egoísmo— y sin embargo Jesús no está de acuerdo y la rechaza. Según él, quien vive para sí mismo no solo pierde algo, sino toda la vida; mientras el que se entrega encuentra el sentido de la vida y gana.

Entonces hay que elegir: amor o egoísmo. El egoísta piensa en cuidar de su vida y está apegado a las cosas, al dinero, al poder, al placer. Entonces el diablo tiene las puertas abiertas. El diablo entra «por los bolsillos», si estás apegado al dinero. El diablo hace que creas que todo está bien, pero en realidad el corazón está anestesiado de egoísmo. El egoísmo es una anestesia muy potente. Este camino siempre termina mal: al final uno se queda solo, con el vacío dentro. El final de los egoístas es triste: vacíos, solos, rodeados solamente de quienes quieren heredar. Es como el grano del Evangelio: si permanece cerrado, se queda bajo tierra. Si, en cambio, se abre y muere, da fruto en la superficie.

Pero podríais decirme: darse, vivir para Dios y para los demás es un gran esfuerzo para nada, el mundo no gira así: para salir adelante no se necesitan granos de trigo, se necesita dinero y poder. Pero es una gran ilusión: el dinero y el poder no liberan al hombre, lo esclavizan. Escuchad: Dios no ejerce el poder para resolver nuestros males y los del mundo. Su camino es siempre el del amor humilde: solo el amor libera en el interior, da paz y alegría. Esta es la razón por la cual el verdadero poder, el poder según Dios, es el servicio. Lo dice Jesús. Y la voz más fuerte no es la del que grita más. La voz más fuerte es la oración. Y el mayor éxito no es la propia fama, como un pavo real, no. La gloria más grande, el mayor éxito es el testimonio.

Queridos hermanos y hermanas, hoy estamos llamados a elegir de qué lado estamos: vivir para nosotros mismos —con las manos cerradas [hace el gesto]— o dar la vida, con las manos abiertas [hace el gesto]. Solo dando la vida se derrota el mal. Un precio muy alto, pero solo así [se derrota el mal]. Don Pino nos lo enseña: no vivía para ser visto, no vivía de llamamientos contra la mafia, y tampoco se contentaba con no hacer nada malo, pero sembraba el bien, mucho bien. La suya parecía la lógica de un perdedor, mientras la lógica de la cartera parecía la ganadora. Pero el padre Pino tenía razón: la lógica del dios-dinero es siempre perdedora. Miremos dentro de nosotros. Tener empuja siempre a querer: tengo una cosa e inmediatamente quiero otra, y luego otra, más y más, sin fin. Cuanto más tienes, más quieres: es una mala adicción. Es una mala adicción. Es como una droga. El que se infla de cosas estalla. El que ama, en cambio, se encuentra a sí mismo y descubre qué hermoso es ayudar, qué hermoso es servir; encuentra alegría dentro y una sonrisa fuera, como lo fue para Don Pino.

Hace veinticinco años, como hoy, cuando murió el día de su cumpleaños, coronó su victoria con una sonrisa, con esa sonrisa que no dejó dormir por la noche a su asesino, que dijo, «había una especie de luz en aquella sonrisa». El padre Pino estaba indefenso, pero su sonrisa transmitía la fuerza de Dios: no un resplandor cegador, sino una luz apacible que excava dentro e ilumina el corazón. Es la luz del amor, del don, del servicio. Necesitamos tantos sacerdotes sonrientes. Necesitamos cristianos sonrientes, no porque se tomen las cosas a la ligera, sino porque son ricos solo de la alegría de Dios, porque creen en el amor y viven para servir. Dando la vida se encuentra la alegría, porque hay más alegría en dar que en recibir (cf. Hechos 20, 35). Entonces me gustaría preguntaros: ¿También vosotros queréis vivir así? ¿Queréis dar la vida, sin esperar a que otros den el primer paso? ¿Queréis hacer el bien sin esperar algo a cambio, sin esperar a que el mundo mejore? Queridos hermanos y hermanas ¿queréis arriesgaros por este camino, arriesgaros por el Señor?

Don Pino, él sí, él sabía que estaba en peligro, pero sabía sobre todo que el peligro real en la vida no es arriesgarse, es vivir entre el confort, con las medias tintas, con los atajos. Dios nos libre de vivir por lo bajo, contentándonos con verdades a medias. Las verdades a medias no sacian el corazón, no hacen bien. Dios nos libre de una vida pequeña, que gira en torno a lo «menudo». Nos libre de pensar que todo está bien si a mí me va bien y que los demás se las arreglen. Nos libre de creer que somos justos si no hacemos nada para contrarrestar la injusticia. El que no hace nada para contrarrestar la injusticia no es un hombre o una mujer justo. Nos libre de creer que somos buenos solo porque no hacemos nada malo. «Es bueno —decía un santo— no hacer el mal. Pero es malo no hacer el bien» (san Alberto Hurtado). Señor, danos el deseo de hacer el bien; de buscar la verdad que detesta la falsedad; de elegir el sacrificio, no la pereza; el amor, no el odio; el perdón, no la venganza.

A los demás la vida se les da, a los demás la vida se les da, no se les quita. No puedes creer en Dios y odiar a tu hermano, quitar la vida con odio. La primera lectura recuerda esto: «Si uno dice: “Amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso» (1 Juan 4, 20). Un mentiroso, porque desmiente la fe que dice que tiene, la fe que profesa Dios-amor. El amor de Dios repudia toda violencia y ama a todos los hombres. Por lo tanto, la palabra odio debe ser borrada de la vida cristiana; por eso, uno no puede creer en Dios y maltratar a tu hermano. No se puede creer en Dios y ser mafioso. El mafioso no vive como cristiano, porque blasfema con su vida el nombre de Dios-amor. Hoy necesitamos hombres y mujeres de amor, no hombres y mujeres de honor; de servicio, no de dominio. Tenemos necesidad de caminar juntos, no de perseguir el poder. Si la letanía de la mafia es: «Tú no sabes quién soy yo», la cristiana es: «Yo te necesito». Si la amenaza mafiosa es: «Me la pagarás», la oración cristiana es: «Señor, ayúdame a amar». Por eso, digo a los mafiosos: ¡Cambiad, hermanos y hermanas! Dejad de pensar en vosotros y en vuestro dinero. Sabes, sabéis que «el sudario no tiene bolsillos». No podréis llevaros nada. ¡Convertíos al verdadero Dios de Jesucristo, queridos hermanos y hermanas! Os digo a vosotros, mafiosos: si no lo hacéis, vuestra vida se perderá y será la peor de las derrotas.

Hoy el Evangelio termina con la invitación de Jesús: «Si alguno me sirve, que me siga» (v.26). Que me siga, es decir, que se ponga en camino. No se puede seguir a Jesús con las ideas, hay que moverse. «Si cada uno hace algo, se puede hacer mucho», repetía don Pino. ¿Cuántos de nosotros ponemos en práctica estas palabras? Hoy, ante él, preguntémonos: «¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer por los demás, por la Iglesia, por la sociedad?». No esperes a que la Iglesia haga algo por ti, empieza tú. No esperes a que lo haga la sociedad, ¡empieza tú! No pienses en ti mismo, no huyas de tu responsabilidad, ¡elige el amor! Siente la vida de tu gente necesitada, escucha a tu pueblo. Temed la sordera de no escuchar a vuestro pueblo. Este es el único populismo posible: escuchar a vuestro pueblo, el único «populismo cristiano»: escuchar y servir al pueblo, sin gritar, acusar y provocar disputas.

Así hizo el padre Pino, pobre entre los pobres de su tierra. En su habitación, la silla donde estudiaba estaba rota. Pero la silla no era el centro de su vida, porque no estaba sentado a descansar, sino que vivía en camino hacia el amor. Ésta es la mentalidad ganadora. Ésta es la victoria de la fe, nacida del don diario de uno mismo. Ésta es la victoria de la fe, que lleva la sonrisa de Dios a los caminos del mundo. Ésta es la victoria de la fe, que nace del escándalo del martirio. «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Juan 15, 13). Estas palabras de Jesús, escritas en la tumba de don Puglisi, recuerdan a todos que dar la vida fue el secreto de su victoria, el secreto de una vida hermosa. Hoy también nosotros, queridos hermanos y hermanas, elijamos una vida hermosa. Que así sea.

 



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