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PAPA FRANCISCO

REGINA COELI

Plaza de San Pedro
Domingo 26 de abril de 2015

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El cuarto domingo de Pascua —éste—, llamado «domingo del Buen Pastor», cada año nos invita a redescubrir, con estupor siempre nuevo, esta definición que Jesús dio de sí mismo, releyéndola a la luz de su pasión, muerte y resurrección. «El buen Pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11): estas palabras se realizaron plenamente cuando Cristo, obedeciendo libremente a la voluntad del Padre, se inmoló en la Cruz. Entonces se vuelve completamente claro qué significa que Él es «el buen Pastor»: da la vida, ofreció su vida en sacrificio por todos nosotros: por ti, por ti, por ti, por mí ¡por todos! ¡Y por ello es el buen Pastor!

Cristo es el Pastor verdadero, que realiza el modelo más alto de amor por el rebaño: Él dispone libremente de su propia vida, nadie se la quita (cf. v. 18), sino que la dona en favor de las ovejas (v. 17). En abierta oposición a los falsos pastores, Jesús se presenta como el verdadero y único Pastor del pueblo: el pastor malo piensa en sí mismo y explota a las ovejas; el buen pastor piensa en las ovejas y se dona a sí mismo. A diferencia del mercenario, Cristo Pastor es un guía atento que participa en la vida de su rebaño, no busca otro interés, no tiene otra ambición que la de guiar, alimentar y proteger a sus ovejas. Y todo esto al precio más alto, el del sacrificio de su propia vida.

En la figura de Jesús, Pastor bueno, contemplamos a la Providencia de Dios, su solicitud paternal por cada uno de nosotros. ¡No nos deja solos! La consecuencia de esta contemplación de Jesús, Pastor verdadero y bueno, es la exclamación de conmovido estupor que encontramos en la segunda Lectura de la liturgia de hoy: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre...» (1 Jn 3, 1). Es verdaderamente un amor sorprendente y misterioso, porque donándonos a Jesús como Pastor que da la vida por nosotros, el Padre nos ha dado lo más grande y precioso que nos podía donar. Es el amor más alto y más puro, porque no está motivado por ninguna necesidad, no está condicionado por ningún cálculo, no está atraído por ningún interesado deseo de intercambio. Ante este amor de Dios, experimentamos una alegría inmensa y nos abrimos al reconocimiento por lo que hemos recibido gratuitamente.

Pero contemplar y agradecer no basta. También hay que seguir al buen Pastor. En particular, cuantos tienen la misión de guía en la Iglesia —sacerdotes, obispos, Papas— están llamados a asumir no la mentalidad del mánager sino la del siervo, a imitación de Jesús que, despojándose de sí mismo, nos ha salvado con su misericordia. A este estilo de vida pastoral, de buen Pastor, están llamados también los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma, que he tenido la alegría de ordenar esta mañana en la Basílica de San Pedro.

Y dos de ellos se van a asomar para agradecer vuestras oraciones y para saludaros...

[dos sacerdotes recién ordenados se asoman junto al Santo Padre]

Que María Santísima obtenga para mí, para los obispos y para los sacerdotes de todo el mundo la gracia de servir al pueblo santo de Dios mediante la alegre predicación del Evangelio, la sentida celebración de los Sacramentos y la paciente y mansa guía pastoral.

 


Después del Regina Coeli:

 

Queridos hermanos y hermanas:

Deseo asegurar mi cercanía a las poblaciones afectadas por un fuerte terremoto en Nepal y en los países vecinos. Rezo por las víctimas, por los heridos y todos los que sufren por esta calamidad. Que reciban el apoyo de la solidaridad fraternal. Y recemos a la Virgen para que esté cerca de ellos. «Avemaría...».

Hoy, en Canadá, es proclamada Beata María Elisa Turgeon, fundadora de las Hermanas de Nuestra Señora del Santo Rosario de San Germán: una religiosa ejemplar, dedicada a la oración, a la enseñanza en los pequeños centros de su diócesis y a las obras de caridad. Demos gracias al Señor por esta mujer, modelo de vida consagrada a Dios y de generoso compromiso al servicio del prójimo.

Saludo con afecto a todos los peregrinos provenientes de Roma, de Italia y de diversos países, especialmente a los numerosos llegados de Polonia con ocasión del primer aniversario de la canonización de Juan Pablo II. Queridísimos, que resuene siempre en vuestros corazones su llamada: «¡Abrid las puertas a Cristo!», como decía con esa voz fuerte y santa que tenía. Que el Señor os bendiga a vosotros y a vuestras familias y que la Virgen os proteja.

A todos deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!

 



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